jueves, 19 de julio de 2012

Capítulo 2.

         Después de lo que había pasado, Tom no sabía cómo sentirse. Se acababa de despertar y estaba tumbado apoyado en la pared de la clínica del palacio. Se levantó cuidadosamente, fue a recoger las cajas de fresas que había dejado donde la chica estaba inconsciente, y las llevó al interior. Cuando salió, llevaba una bolsa cargada de dinero, la reina se encotraba feliz ese día y había decidido recompensarle por su trabajo. Al menos, fue mejor que aquella vez cuando lo echó a patadas-en realidad fueron los guardias acompañados de sus perros-y le dijo que no volviera más. Abandonó el palacio y partió hacia su casa, ya que sus intestinos le rugía y no había nadie por la calle: debía ser hora de comer.

      Gabrielle tenía hambre. Decidió que no probaría bocado hasta que averigüara qué había pasado. Subió al piso de arriba, que estaba en completa oscuridad, y se sentó encima de la cama a meditar. Pero la oscuridad duró muy poco. Se imaginó a sí misma tumbada en los acantilados de Gjörk, al sol de medio día, y de sus manos, que se tornaron azul celeste, brotó una llamarada azulada que iluminó la pequeña habitación, sin dejar rastro de oscuridad. Gabrielle se asustó y saltó tan fuerte de la cama que se dio un cabezazo contra el bajo techo, que se desplomó. Aunque no se hizo daño, porque la estructura estaba hecha de adobe, y estaba dañada por el tiempo. Gabrielle no sabía lo que acababa de pasar.
      -¿Está todo bien por ahí arriba?-sonó una voz desde abajo-He oído un ruido fuerte y he venido corriendo, ¿Gabrielle?
      -Eh.. ¡Sí! Es solo que se ha caído el techo...-respondió Gabrielle-Necesito una ayudita, si no es mucho pedir.
      -¡Claro! Ahora voy.
     Gabrielle escuchó los fuertes y torpes pasos de Dean, su vecino desde hacía un par de meses, el cual estaba perdidamente enamorado de ella. Era un chico alto, de complexión fuerte, ya que, como ella, estaba acostumbrado al trabajo duro. Su corta melena dorada le caía en ondas sobre sus hombros y le hacía un pequeño rizo a un lado de la frente. Cuando llegó al piso de arriba, quitó los escombros de encima de la cama y ayudó a Gabrielle a levantarse.
      -¿Se puede saber qué ha pasado aquí?-inquirió Dean
      -La verdad es que no tengo ni idea. Subí aquí para tumbarme un rato y el techo se desplomó.
      -¿Ves? Te dije que la casa no es segura. Podrías estar muerta.
    Una sombra cruzó el rostro de Gabrielle. ¿Cómo podía ser así? No era quién para reñirle.
      -No pasa nada, estoy bien.
      -Pero podía haber pasado. ¿Has comido?
   Las tripas de Gabrielle respondieron a su pregunta. Dean le invitó a comer y pasaron una tarde juntos. Gabrielle descubrió que solo quería protegerla, y que no soportaría verla muerta. Pero cuando se hizo tarde, Gabrielle tuvo que regresar a casa. En su vuelta, todo era oscuridad y notó que alguien le seguía. Aumentó su ritmo hasta que acabó corriendo, pero los pasos continuaban. De pronto, paró en seco y los pasos cesaron. Dio media vuelta y se encontró a un ser mucho más alto que ella que le miraba con asombro. Tenía las orejas alargadas y los dientes afilados, sin embargo, su cara no resultaba hostil en absoluto.
     -Buenas noches, Gabrielle.-comenzó el ser.
     -Eh..Hola..¿Quién eres?
     -Eso no importa ahora. Importa quién eres tú. O mejor, qué eres.
     -¿Quiéres decir que tienes respuestas sobre lo que me pasa?
     -No son respuestas. Nunca lo han sido.
     -¿Qué quieres decir con eso?
  El ser se dio media vuelta y desapareció entre las sombras de aquella fría noche.
  Después de este encuentro, Gabrielle llegó a casa y descubrió que su padre había vuelto de la capital para hacerle una visita, pero no se encontraba en casa.
     -¡Oh, estás viva! He visto el texho derrumbado arriba, y como no estabas aquí, pensé que te había pasado algo...
     -Estoy bien, papá,-dijo Gabrielle dándole un abrazo a su padre-es solo que se ha caído el techo.
     -Bueno, entonces si se ha roto, seguro que habrá alguna forma de arreglarlo. ¿Qué tal todo?
  Sabía muy bien qué iba a decir, porque nunca tuvo confianza con su padre. Su madre había muerto en el parto, y desde que Gabrielle pudo sostenerse sola, su padre la dejó ya que su trabajo de cónsul le exigía trabajar en la capital, aunque el palacio estuviera en el lugar donde vivían.
     -Pues de no ser por el contratiempo del techo, todo muy bien.
Era esa clase de silencio incómodo lo que trataba de evitar, el de no tengo nada que decir, así que vete.























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